Su luz disipa la oscuridad y la tristeza

Una madre lucha contra su propia imagen. Ella siente que es gorda y fea. Le toma horas encontrar un vestido para ponerse, ya que se siente gorda y fea en cualquier cosa que se ponga. Su hija de 5 años ha estado notando esto durante mucho tiempo. Un día, se coló en la habitación de su madre mientras su madre se probaba vestidos. Se puso uno y su hija sonrió, la abrazó y dijo: “Mami, te ves tan hermosa”.  La madre no podía creer lo que escuchaba. Miró a los ojos de su pequeña niña y vio y sintió algo totalmente de fuera de este mundo. “¡Mami, eres hermosa”! Sostuvo a su hija y comenzó a llorar. Esta vez, las lágrimas eran lágrimas de redención; lágrimas de nueva vida, porque esas palabras eran como un fuerte rayo de luz que la atravesaba, disipando la oscuridad y la tristeza en las que había vivido durante tanto tiempo. “Mami, eres hermosa”.  Poderosas palabras de sanación que repetiría dentro de sí misma por el resto de su vida. A partir de ese momento, ya no tuvo que pasarse horas probándose ropa, sino que elegiría la más adecuada para la ocasión de que iba. No más cuestionarse a sí misma.

Ese encuentro entre madre e hija está divinamente orquestado. La luz de Jesús, el poder creador del amor divino, siempre brilla tan poderosamente para disipar la oscuridad y la tristeza que a menudo rodean nuestra existencia. En ese momento, el cielo toca la tierra y recrea lo que está muriendo en dolor y angustia; enciende la esperanza en lo que se ahoga en la decepción y la desesperanza; sana lo que está enfermo y enfermizo. Es nuestra herencia como cristianos. Que esta luz de Cristo brille sobre ti este día, como brilló sobre Neftalí y Zabulón para que comiences a ver y experimentar la belleza divina y el amor que están dentro y alrededor de ti. Amén

~Padre Cornelius Okeke