Mi hermano mayor, Agustín, falleció en enero de 2018. De vez en cuando, mi madre se pone a llorar, lamentando su muerte pero más especialmente, porque ella no lo podía ver cuando estaba enfermo o cuando murió porque ella está ciega. Es una situación dolorosa. Esta vez cuando fui a casa, ella varias veces se puso a llorar. En una de esas ocasiones, me di cuenta que mi madre pensaba que nunca iba a ver a mi hermano y a todos sus seres queridos que ya habían fallecido. Ella tiene 93 años y ha sido una fiel católica desde su juventud. Ella sabe que vamos al cielo cuando morimos, pero por alguna razón, no hizo la conexión que seremos capaces de ver a nuestros difuntos seres queridos otra vez. He intentado explicarle a ella, mediante ejemplos e historias de personas que han tenido las experiencias de entre el cielo y la tierra. El momento que mi madre entendió esta verdad de nuestra enseñanza cristiana, ella literalmente brilló con alegría y profunda libertad, exclamó: “¿Entonces, no hay necesidad de llorar otra vez?” Le dije que podríamos llorar porque extrañamos a nuestros seres queridos, pero no debemos llorar como la gente sin esperanza de una futura reunión. Yo nunca la he visto tan aliviado, tan feliz, tan libre y tan entregada. La vida y todos los dolores y las pérdidas que atravesamos simplemente palidecen en comparación a la esperanza que reavivó en ella. Cuando todo esto termine, se da cuenta ahora de que la reunión y nueva vida esperan a todos aquellos que confiaron en el Señor.

La realización de esta verdad nos despierta a una conciencia más profunda de la riqueza real, es decir, confiar en Dios completamente y totalmente. Cada vez que caemos en la tentación de dejar que nuestros corazones se apoderan de cualquier cosa en este mundo, se vuelve extremadamente difícil de tratar con la verdad que un día todo esto se acabará, y dejaremos todo y a todos. Por esta razón, Jesús proclama felices y bienaventurados los que tienen la actitud correcta hacia las posesiones, las relaciones y adquisiciones. La avaricia, vanidad, glotonería, excesivo cuidado del cuerpo, el ansia de poder y controlar y la codicia, hacen difícil ver la verdad. Por eso, Jesús dice que aquellos que se aferran tenazmente a éstos, sufrirán más cuando todo esto termine. Será más difícil para ellos aceptar la verdad, que deberían, ¡que un día todo esto se acabará! No está en contra de tener dinero o tomar buen cuidado de uno mismo; más bien, él está preocupado por la actitud y la disposición interior que mostramos hacia los cuidados de este mundo.

Los felices y bienaventurados son los que son realmente pobres, es decir, aquellos cuyos corazones permanecen abiertos a Dios y a todas las cosas; los que lloran libremente y con esperanza y no en la desesperanza; aquellos que se mofaron debido a su fe en las promesas de nuestro Señor! Cuando todo esto termine, dejaremos todo atrás, y lo único que va con nosotros a Dios, es el amor y el cuidado que tenemos en nuestros corazones a los demás, la alabanza y verdadera adoración que hemos dado a Dios, y la vida comprometida que vivíamos. Como ha dicho un amigo mío, “Nadie se va de este mundo con U-Haul!” Que seas bendecido y feliz porque tienes la actitud correcta a cosas y personas. Amén