Vivir la Eucaristía

Es con gran alegría que celebramos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.  A través del pan consagrado, Jesús buscó permanecer con nosotros por toda la eternidad, como lo había prometido después del milagro de la multiplicación de los panes.  Cumplió esa promesa en la noche del Jueves Santo.  En cada tabernáculo del mundo, Jesucristo está presente dentro de la Eucaristía, el mismo Cristo que padeció, murió y resucitó, por cada uno de nosotros.

El sacramento de la Eucaristía es el más grande de todos los sacramentos porque contiene a Cristo mismo, que está presente para darnos su vida, alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre para transformarnos con su gracia.  Él mismo nos dice que “quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna”.  Su carne, inmolada por nosotros en la cruz, es el alimento que nos fortalece; su Sangre, derramada por nosotros, es la bebida que nos purifica.

A lo largo del difícil camino de la vida, Cristo nos da su Cuerpo y su Sangre como alimento: Él mismo es el verdadero proveedor espiritual que da fuerza y alegría.  Esperemos que todos tengamos esta verdadera hambre y sed de Cristo, para que podamos vivir nuestras vidas con un sentido más profundo de propósito.  “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él”.  Cuando estamos en la presencia de Cristo, compartimos la misma intimidad que si estuviéramos con Él en el cielo.  Por esta razón, se dice que el tabernáculo es la puerta del cielo.  Todos los creyentes deberían amar estar en la presencia del Señor en la Eucaristía y tratarla con solemne respeto, cuidado y gran amor.

La Eucaristía debe hacernos crecer en el amor fraterno.  Dado que comemos del mismo pan, debemos vivir y crecer en unidad junto con fe y amor por Jesucristo.  En la Misa, el Padre llama al Espíritu Santo a descender sobre los dones y transformarse para ellos en el Cuerpo y la Mirada de Cristo, y después de esto involucra al Espíritu Santo una vez más para que todos podamos ser hechos “un cuerpo y un espíritu en Cristo”.  Este es el propósito último de la Eucaristía.  Debemos esforzarnos para que la fiesta de hoy sea para nosotros un impulso renovado en nuestra entrega a nuestros hermanos y hermanas.  Debería arrojar una nueva luz sobre toda nuestra experiencia. Cuando el Padre dice: “la Misa ha terminado, ve en paz”, debemos entender el mensaje como: “el amor ha comenzado”.