El universo entero está impregnado de la alegría y el poder radiante de nuestro Señor Resucitado. Nuestros corazones se alegran de este gran acontecimiento que será para siempre la roca sobre la que reposará la esperanza de la humanidad a medida que atraviesa los altibajos de su historia. Temprano en la primera mañana de Pascua, María Magdalena fue al sepulcro. Fue el amor lo que la llevó a la tumba para buscar y llorar la muerte de su amado Señor. Pero para su mayor sorpresa, la tumba estaba vacía. Corrió con miedo a relatar lo que vio a los apóstoles. Más tarde se enteró de que la tumba vacía significaba que el Señor había resucitado. Aleluya.

La resurrección es la reivindicación del Padre de Jesús: que toda su enseñanza, sufrimiento y muerte no terminaron en tragedia, sino que son la verdad que todos debemos seguir para encontrar el camino a la vida. Es la máxima esperanza de la humanidad, que la muerte, después de todo, no es el fin de la vida. También indica que todo nuestro sufrimiento por la verdad, la bondad y el amor no carece de sentido. ¡La verdad nunca muere!

Más importante aún, a través de la muerte y resurrección de Jesús Nuestro Señor, el Padre realmente nos está diciendo a nosotros, Sus hijos, que nunca tengamos miedo de nada, especialmente de la muerte. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad siempre ha temido que nuestra vida aquí no tenga ningún sentido fuera de la rutina diaria. Por lo tanto, algunas personas creen que debemos comer y beber y luego esperar la salida definitiva al morir. Nos aconsejan resignarnos al destino de la muerte ya que es lo que espera a todos los mortales. Esa estoica resignación a la muerte infunde tanto miedo y desesperación en muchas personas, y en algunas otras, puede ser una fuente vital de comportamiento patológico. Pero en Jesús, el Padre nos muestra que la vida humana no es un acontecimiento fortuito; tiene un propósito divino. En Jesús, tenemos el testimonio del amor inquebrantable y la protección del Padre por cada ser humano, ¡en todo momento! ¡Es por eso que la Pascua es un momento de alegría y felicidad porque somos realmente libres!

Ahora, podemos seguir a nuestro Señor y Maestro, Jesucristo a través de los desvíos de nuestra vida, aferrándonos a la verdad de que hay vida más allá de este mundo; que él es el Camino, la Verdad y la Vida; que solo hay una forma de vivir plenamente en este mundo: la obediencia a través del amor sacrificado por Dios y por los demás. La Pascua está en el corazón de la humanidad como el punto de inflexión de toda la historia: la tuya, la mía y la del mundo. Que esta Pascua sea para nosotros un período de renovación espiritual para que experimentemos la frescura del amor eterno de Dios y nos regocijemos en el espíritu del Señor Resucitado. Amén.