Recuerdo la historia de un rey danés durante el reinado de Hitler, cuando el nazismo se extendió como la pólvora por toda Europa. Hitler le dijo que emitiera un decreto por el cual todos los judíos del país se identificarían públicamente usando un brazalete amarillo con una estrella de David. Este rey danés sabía que cualquier persona así identificada sería acorralada y enviada a los campos de exterminio. También conocía el peligro de desobedecer las órdenes de Hitler. Entonces, cuando emitió el decreto, llevaba un brazalete amarillo con una estrella de David, aunque no era judío. Todo el pueblo de ese reino ya sabía qué hacer. Al día siguiente, todos en el país, tanto judíos como no judíos, usaron el brazalete requerido. Así fue como la solidaridad con los condenados a muerte resultó en vida para todos. Suena como una historia interesante, ¿verdad? Eso es exactamente lo que Jesús hizo como su primer acto mientras estuvo en el mundo.

En Hebreos 1:2, el escritor desconocido señaló que en el pasado Dios habló a nuestros padres por medio del profeta, pero en estos días nos habla a nosotros por medio de su hijo. Sobre el bautismo del Señor, Dios dijo: No quiero que nadie hable por mí sobre este mensaje particular, tan importante y fundamental, del evangelio. Quiero hablarlo yo mismo. Él eligió hacer la proclamación, él mismo: “Y vino una voz del cielo: tú eres mi hijo amado; en ti tengo complacencia”. Así de importante y central es este mensaje. De hecho, este es el evangelio. Dios nos ama tanto que, aunque no tiene pecado, eligió estar hombro con hombro con nosotros como pecadores, en la persona de Jesucristo. Fue a bautizarse, aun cuando no lo necesitaba.

Dios quiere que sepamos que somos sus hijos e hijas amados, y porque eres el hijo amado de Dios, no puedes ir a buscar al Señor con temor y vergüenza. Si fallamos en recibir este mensaje, entonces no hay nada que podamos lograr en la vida. Solo mire a Jesús, necesitaba escuchar este mensaje del Padre antes de poder comenzar su ministerio público. Cuando escuchó este mensaje tan importante del evangelio, nada pudo detenerlo en los próximos tres años de su ministerio público. No podía ser detenido. Cuando escuchó que es el amado de Dios, fue cuando encontró su misión, identidad, alma y propósito de vida.

Muchos de nosotros hemos permitido que nuestros pecados o vulnerabilidades los ensordezcan. Por lo tanto, no escuchan esta voz del Padre que les dice: “Tú eres mi amado”. Y como no lo oyen de Dios, van toda la vida diciéndose que – soy una persona maravillosa, soy una gran persona, etc. Claro que cuando viene de ellos no les convence, porque necesitan escuchar esto de alguien más alto que ellos para asimilarlo y quedarse; y debido a que nuestra sociedad está llena de personas a las que nadie les ha dicho lo amadas que son, se dedican a lastimar a otras personas. Están lastimando a otras personas porque este amor no está en ellos. Están llenos de odio y amargura.

Si no recibimos este mensaje hoy, que somos los hijos e hijas amados de Dios, es poco o nada lo que podemos lograr. Esto es lo que toda religión debería tener la tarea de hacer: permitir que las personas se den cuenta de cómo Dios nos ama, sin importar nuestra raza, religión, cultura, nación, etc.